Comentario sobre DyC 41

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Encuentre comentarios útiles sobre los versículos que aparecen a continuación para comprender mejor el mensaje de esta revelación.

1-6

Casey Paul Griffiths (académico SUD)

 

En la Conferencia General de octubre de 1899, Joseph F. Smith, entonces miembro de la Primera Presidencia, explicó que quería compartir “algunas palabras en relación con el deber que les corresponde a los hombres que han estado hablando durante esta conferencia”. Luego leyó los primeros cuatro versículos de Doctrina y Convenios 41. Al comentar sobre estos versículos, el presidente Smith dijo: “Aquí el Señor exige especialmente a los hombres que están a la cabeza de esta Iglesia y que son responsables de la guía y dirección del pueblo de Dios, que velen por el cumplimiento de la ley de Dios. Es nuestro deber hacerlo. … El Señor requiere de nosotros que veamos por la observancia de su ley entre el pueblo. Esta es una de las principales razones por las que nos dirigimos a ustedes como lo hacemos”[1].

 

Los hombres y mujeres elegidos para actuar como representantes del Señor en la Iglesia y en el mundo a menudo llegan a la prominencia a su pesar. Son personas comunes con pecados, faltas y desafíos. Elegidos como instrumentos para hablar en nombre de Dios, ellos poseen un atributo común: el deseo de bendecir a los hijos e hijas de Dios. Cumplir los mandamientos trae bendiciones, y la carga de la mayordomía recae sobre los hombros de los hombres y mujeres elegidos para dirigir.

 

Hablando de su experiencia con otros líderes de la Iglesia, el élder David A. Bednar comentó: “[H]e llegado a saber que su gran deseo es discernir y hacer la voluntad de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo Amado. Al deliberar en consejo con ellos, hemos recibido inspiración y tomado decisiones que reflejan un grado de luz y de verdad que va más allá de la inteligencia, la experiencia y el razonamiento humanos. … Algunas personas piensan que las imperfecciones humanas de las Autoridades Generales son inquietantes y disminuyen la fe. Para mí esas imperfecciones son motivadoras y promueven la fe”[2].

 

En estos versículos, el Señor proporciona una definición simple pero profunda de un discípulo como alguien “que recibe mi ley y la guarda” (DyC 41:5). Aquellos que han hecho el convenio de seguir a Jesucristo están obligados a escuchar Sus palabras a través de personas imperfectas y luego comprometerse a vivir estos mandamientos lo mejor posible, aceptando que la gracia del Salvador es suficiente para perdonar nuestras deficiencias.

 

[1] Conference Report, octubre de 1899, pág. 41.

[2] “Escogidos para dar testimonio de mi nombre”, Conferencia General de octubre de 2015.

(El minuto de Doctrina y Convenios)

7-12

Casey Paul Griffiths (académico SUD)

 

Estos versículos marcan el llamado del primer obispo que sirvió en esta dispensación, Edward Partridge. En aquella época, la conocida estructura de barrio y estaca de la Iglesia aún no se había revelado, y el cargo de Partridge se ajustaba más a la función actual del Obispo Presidente que a las responsabilidades actuales de los obispos que supervisan las congregaciones de los Santos de los Últimos Días. Los deberes del obispo se describen en Doctrina y Convenios 46:27, 29; 58:17; 68:14, 19; 72; y 84:112. Los deberes del Obispo Presidente se detallarían más en Doctrina y Convenios 107:13–17; 68–70; 87–88. Al revelar los deberes del obispo línea por línea, el Señor comienza con el requisito más importante para el servicio como obispo, o en cualquier función en Su reino: un corazón puro (DyC 41:11).

 

Hablando directamente a los que ocupan el oficio de obispo, el presidente Gordon B. Hinckley enseñó:

 

Esperamos que sean el sumo sacerdote presidente del barrio, consejero de la gente, defendedor y auxiliador de los que tengan problemas, consolador de los que tengan pesares, abastecedor de los necesitados. Esperamos que sean el guardián y el protector de la doctrina que se enseñe en su barrio, de la calidad de la enseñanza que se imparta, de que se llenen los diversos oficios que sean necesarios.

Su conducta personal debe ser impecable. Deben ustedes ser hombres de integridad, irreprochables en todo sentido. El ejemplo de ustedes servirá de guía a su gente. Ustedes deben ser intrépidos al denunciar el mal, estar dispuestos a defender el bien, ser inflexibles al defender la verdad. Si bien todo eso requiere firmeza, debe hacerse con bondad y con amor.

Ustedes son el padre del barrio y el guarda de los miembros de él. Deben tenderles la mano en los momentos de pesar, de enfermedad y de angustia. Ustedes son el presidente del Sacerdocio Aarónico y, con sus consejeros, deben dar dirección a los diáconos, a los maestros y a los presbíteros para asegurarse de que estén progresando en “disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4)[1].

[1] “Los pastores del rebaño”, abril de 1998, Conferencia General.

(El minuto de Doctrina y Convenios)