Comentario sobre DyC 68

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Encuentre comentarios útiles sobre los versículos que aparecen a continuación para comprender mejor el mensaje de esta revelación.

1-5

Casey Paul Griffiths (académico SUD)

 

Orson Hyde, Luke Johnson, Lyman Johnson y William E. McLellin eran todos conversos relativamente nuevos cuando el Señor pronunció estas palabras. Tiempo después, estos cuatro élderes fueron llamados para servir como miembros del cuórum original de los Doce Apóstoles en esta dispensación, pero en el momento en que se dio esta revelación, eran simplemente élderes enviados a predicar. El mayor de los cuatro, Orson Hyde, tenía veintiséis años cuando se dio esta revelación. Sin embargo, a pesar de su juventud y relativa inexperiencia, el Señor les dijo a estos élderes que tenían el poder para hablar sobre las Escrituras cuando eran inspirados por el Espíritu Santo.

 

La definición de Escritura que da el Señor en este pasaje es la explicación más amplia y útil que se proporciona en todos los libros canónicos. Las Escrituras son la intención del Señor, la voluntad del Señor, la palabra del Señor, la voz del Señor y el poder de Dios para salvación (DyC 68:4). Pueden ser declaradas por personas en los puestos más altos dentro de la Iglesia, o por aquellos en los puestos más bajos. Pueden ser entregadas a cualquier persona independientemente de su género, origen étnico o antecedentes personales. Cualquiera que hable por medio del Espíritu Santo y con la intención, la voluntad, la palabra y la voz del Señor puede ser Escritura.

 

Sin embargo, al proporcionar una definición tan amplia de las Escrituras, también debemos ser reflexivos y cuidadosos. No todos los que afirman haber recibido Escrituras lo han hecho. Para medir la validez de las escrituras propuestas, usamos el canon de las Escrituras. El diccionario bíblico en la edición realizada por los Santos de los Últimos Días de la versión del Rey Santiago de la Biblia se define a canon como “una palabra de origen griego, que originalmente significa ‘una vara para probar la rectitud’, que ahora se usa para denotar la colección autorizada de los libros sagrados usados por los verdaderos creyentes en Cristo”. Siempre que alguien afirme haber recibido una nueva Escritura, debe medirse y compararse con el canon ya establecido que consiste en la Santa Biblia, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios, la Perla de Gran Precio, así como el mismo Espíritu.

 

Por ejemplo, cuando Hiram Page afirmó haber recibido nuevas Escrituras por medio de una piedra vidente (DyC 28), José Smith inmediatamente se preocupó porque las revelaciones de Page “estaban completamente en desacuerdo con el orden de la casa de Dios, como se establece en el Nuevo Testamento, así como en nuestras últimas revelaciones”[1]. Las revelaciones recibidas a través de la piedra vidente de Page no tenían conexión con el canon establecido y, por lo tanto, no eran Escrituras. Parte de la razón por la que se pide a los miembros de la Iglesia que estudien continuamente los libros canónicos es para ayudarlos a reconocer las escrituras falsas cuando estas surgen.

 

La Iglesia recibe cada día nuevas Escrituras. Ya sea mediante profetas y apóstoles o hermanos y hermanas ministrantes, las Escrituras se dan en el momento y en donde se les necesita. Si bien el canon evita que seamos engañados, también debemos reconocer la generosidad de Dios al hablar con sus hijos y la multitud de mensajeros celestiales que constantemente nos influyen.

 

[1] Joseph Smith—History, vol. A-1, pág. 54, JSP.

(El minuto de Doctrina y Convenios)

6-12

Casey Paul Griffiths (académico SUD)

 

Al proclamar que Sus siervos tienen el poder de declarar Escrituras, el Señor también les da poder para salir con Su autoridad para declarar Sus palabras. En una revelación recibida solo unas semanas antes, el Señor había advertido contra el celo excesivo en buscar señales (DyC 63:7–12). Aquí aconseja a Sus siervos que si se concentran en llevar a cabo sus deberes y llevar personas a Cristo, serán “bendecido[s] con señales” (DyC 68:10). Esto confirma al lector que las señales están destinadas a fortalecer la fe existente y no a crear fe de la nada. Las señales son otorgadas a quienes ya demuestran su fe a través de sus obras.

 

El Señor incluso promete aquí que aquellos que sirvan diligentemente conocerán las señales de la Segunda Venida. Estas señales han sido buscadas por discípulos en todas las épocas del mundo. El Señor nos recuerda que el mejor conocimiento sobre el regreso del Salvador se obtiene cuando concentramos nuestros esfuerzos y energías en bendecir a los demás. El fijarnos demasiado en los detalles que rodean la Segunda Venida, de forma irónica, puede hacer que estemos menos preparados para Su venida.

 

(El minuto de Doctrina y Convenios)

13-21

Casey Paul Griffiths (académico SUD)

 

El resto de la revelación trata sobre los requisitos para que un obispo sirva en la Iglesia. En aquel momento, solo había un obispo en la Iglesia, Edward Partridge, aunque el Señor le dijo a la Iglesia que pronto se apartarían “otros obispos” para llevar a cabo deberes similares. El Señor especifica que los obispos deben ser sumos sacerdotes y deben ser dignos de servir en este llamamiento. La revelación menciona que los descendientes literales de Aarón tienen derecho legal al obispado, pero también hay varios factores para calificar.

 

Primero, si se identificaba a un descendiente literal de Aarón, solo tendría derecho a servir en la posición de obispo, como jefe del Sacerdocio Aarónico. Cuando la mayoría de los miembros de la Iglesia piensan en un obispo, piensan en quien está a la cabeza de su barrio local, el cual es nombrado obispo, o en el dirigente del Sacerdocio Aarónico, y también como el sumo sacerdote presidente del barrio. Un descendiente legal de Aarón tendría derecho a servir como obispo, pero no como sumo sacerdote presidente. En segundo lugar, una persona no podía reclamar por sí misma ser un descendiente literal de Aarón con derecho legal al obispado. La revelación explica que la persona tendría que ser identificada, considerada digna y ungida por la Primera Presidencia del Sacerdocio de Melquisedec. El individuo no podía identificarse a sí mismo como un primogénito literal de Aarón a través de una bendición patriarcal o por revelación propia. La casa de Dios es una casa de orden y, en este caso, la Primera Presidencia tendría que recibir revelación para identificar a un descendiente literal de Aarón.

 

Esta revelación en particular nos ayuda a ver la comprensión de José, como la nuestra, como un proceso gradual y, en ocasiones, complicado. Por ejemplo, el texto original de la revelación decía “una conferencia de sumos sacerdotes” en lugar de la Primera Presidencia en el versículo 19. Esta fue una referencia a cómo era el liderazgo de la Iglesia durante este período de tiempo. Después de que se organizó la Primera Presidencia en 1833, se cambiaron los versículos 15 y 22–23 para reflejar el orden correcto de operaciones en la Iglesia[1]. Un ejemplo adicional ilustrará aún más la complejidad de la revelación. Aunque José recibió algunas revelaciones sobre el Sacerdocio Aarónico y los descendientes de Aarón en noviembre de 1831 (una a principios de noviembre y otra el 11 de noviembre), también recibió información sobre el Sacerdocio Aarónico en la primavera de 1835 junto con una revelación dirigida al cuórum de los Doce Apóstoles que se encontraba recién organizado y su llamado a servir en una misión. En ese momento, Dios consideró oportuno enseñarle a José más sobre el Sacerdocio Aarónico. Las revelaciones que José recibió durante estos tres períodos se encuentran de cierta forma mezcladas en nuestra Doctrina y Convenios actual. Una parte de la sección 107 se recibió en 1835 y la otra en 1831. Una parte de la Sección 68 se recibió en 1835 y la otra se recibió en 1831. Esto muestra que José aprendió línea por línea, precepto por precepto y esto puede ser lo más similar al cómo experimentamos hoy la revelación personal[2].

 

En las Escrituras se han hecho muchas promesas, particularmente en Doctrina y Convenios, a los descendientes de Aarón y a la tribu de Leví (DyC 13; 68:15-20; 84:18, 27-35; 107:13-17, 69-76). Al mismo tiempo, las promesas hechas a nuestros antepasados se comparan con el requisito de dignidad del Señor para servir en la obra. Si bien las palabras del Salvador aquí dan a entender sobre un papel más importante de los descendientes de Aarón en la obra de los últimos días, estas promesas aún esperan su cumplimiento. Juan el Bautista les dijo a José Smith y a Oliver Cowdery que el sacerdocio nunca volvería a ser tomado “hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un sacrificio en rectitud” (DyC 13). José Smith y Malaquías enseñaron que el Señor “purificará a los hijos de Leví, los depurará como a oro y como a plata, para que presenten al Señor una ofrenda en rectitud” (Doctrina y Convenios 128:24). No hay duda de que los hijos de Leví, incluidos los descendientes de Aarón, desempeñarán un papel importante en la obra del Señor antes de Su venida.

 

[1] Revelation, 1 November 1831-A [D&C 68], pág. 114, JSP.

[2] Historical Introduction, circa June 1835 [D&C 68], JSP, véase también: “Instruction on Priesthood, between circa 1 March and circa 4 May 1835 [D&C 107], JSP.

(El minuto de Doctrina y Convenios)

22-24

Casey Paul Griffiths (académico SUD)

 

Este pasaje se refiere únicamente a los miembros del Obispado Presidente. Los sumos sacerdotes que son apartados para servir como obispos suelen servir bajo la dirección de un presidente de estaca. Si cometen un pecado o transgresión grave, serán responsables ante los sumos sacerdotes presidentes de la estaca, específicamente la presidencia de estaca. Dado que los miembros del Obispado Presidente de la Iglesia sirven sin un área geográfica de mayordomía, son responsables ante la presidencia del Sacerdocio de Melquisedec general, o sea, la Primera Presidencia.

 

Una revelación de 1835 a José Smith aclaró este punto de la mayordomía: “los asuntos más importantes y los casos más difíciles de la iglesia, en caso de disconformidad con el fallo del obispo o de los jueces, serán remitidos y llevados al consejo de la iglesia, ante la presidencia del sumo sacerdocio. . . . Y después de esta decisión, ya no se recordará más ante el Señor; porque este es el consejo más alto de la iglesia de Dios, y el que da el fallo final cuando hay controversias respecto de asuntos espirituales” (DyC 107: 78, 80).

 

(El minuto de Doctrina y Convenios)

25-28

Casey Paul Griffiths (académico SUD)

 

Después de abordar el papel de los obispos, la revelación se dirige a la unidad más fundamental de la Iglesia, la familia. La Proclamación de la Familia enseña que “Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, y de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro, a observar los mandamientos de Dios y a ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan. Los esposos y las esposas, las madres y los padres, serán responsables ante Dios del cumplimiento de estas obligaciones”[1].

 

En este pasaje, una de las responsabilidades dadas a los padres es enseñar a sus hijos y asegurarse de que sus hijos sean bautizados a los ocho años, la edad comúnmente conocida como la edad de responsabilidad. La primera referencia conocida a esta enseñanza se encuentra en la Traducción de José Smith de Génesis. En el pasaje, el Señor le dice a Abraham: “Y estableceré el convenio de la circuncisión contigo, y será mi convenio entre yo y tú y tu descendencia después de ti, en sus generaciones; para que sepas para siempre que los niños no son responsables ante mí sino hasta la edad de ocho años” (Traducción de José Smith, Génesis 17:11).

 

Si bien la edad de ocho años se da como la edad general de responsabilidad y es lo más temprano que una persona puede entrar en el convenio bautismal con el Señor, el pecado y la responsabilidad deben entenderse de una manera más compleja. Una revelación dada a José Smith en septiembre de 1830, enseña que “los niños pequeños son redimidos desde la fundación del mundo, mediante mi Unigénito; por tanto, no pueden pecar, porque no le es dado poder a Satanás para tentar a los niños pequeños, sino hasta cuando empiezan a ser responsables ante mí” (DyC 29: 46–47). Para la mayoría de las personas, la responsabilidad no llega de repente a la edad de ocho años, sino que se desarrolla gradualmente a medida que se les enseña el bien y el mal. Los padres no deben esperar hasta que los niños tengan ocho años para comenzar a enseñarles los peligros del pecado y cómo seguir los mandamientos. Los padres no se liberan de sus obligaciones cuando sus hijos se hacen responsables de sus propias acciones. En una relación recíproca, los padres guían y ayudan a los niños a lo largo de sus vidas, mientras que criar y nutrir a los niños ayuda a sus padres a aprender el celestial arte de la divinidad.

 

[1] “La familia: una proclamación para el mundo”, 1995.

(El minuto de Doctrina y Convenios)

29-35

Casey Paul Griffiths (académico SUD)

 

Al final de la revelación, el Señor reitera Sus expectativas anteriores de que los santos que viven en Sion guarden los mandamientos y sean diligentes en sus deberes. Los miembros de la Iglesia que vivían en Misuri tenían un estándar más alto en lo que respecta a la ley de consagración. Pero este pasaje también enfatiza cuán integrales son las familias saludables para la implementación exitosa de los principios de consagración. Tanto los holgazanes como los padres que descuidan enseñar a sus hijos sobre los peligros de la codicia son mencionados en el mismo versículo por el Señor. Junto a la caridad y la generosidad necesarias para edificar Sion, el valor de la autosuficiencia debía quedar consagrado en el corazón de la gente.

 

Los principios de la autosuficiencia como parte de la ley de consagración siguen siendo valorados entre los santos de nuestros días. El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Debe¬mos ser autosuficientes e independientes. La salvación no se puede obtener por ningún otro principio”[1]. En esta gran obra de reunir a Israel y edificar Sion, no debemos ser ociosos.

 

El presidente M. Russell Ballard imploró a los santos a “sean innovadores. Cuando trabajamos para magnificar nuestros llamamientos, debemos buscar la inspiración del Espíritu a fin de solucionar los problemas de la forma que será de más provecho para las personas a las que servimos. Contamos con manuales de instrucciones cuyas pautas se deben seguir. Pero dentro de ese marco disponemos de importantes oportunidades para pensar, ser creativos y utilizar nuestros talentos personales. La instrucción de magnificar nuestros llamamientos no es un mandato de adornarlos y hacerlos complejos. Innovar no significa, necesariamente, expandir; muchas veces equivale a simplificar. Ser innovador también significa que no se nos tiene que decir todo lo que debemos hacer. El Señor dijo: “No conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todo es un siervo perezoso y no sabio” (DyC 58:26). Hermanos y hermanas, confiamos en que hagan uso de la inspiración. Confiamos en que lo hagan dentro del marco de las normas y los principios de la Iglesia. Confiamos en que sean prudentes al deliberar en consejo para contribuir a edificar la fe y el testimonio de las personas a las que sirven” [2].

 

[1] “Los Principios de Bienestar Personal y Familiar”, Liahona , septiembre de 1986, pág. 3.

[2] M. Russell Ballard, “Oh, sed prudentes”, Conferencia General, octubre de 2006.

(El minuto de Doctrina y Convenios)