Contexto histórico y antecedentes de DyC 122

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Breve Sinopsis por Steven C. Harper

La sección 122 continúa inmediatamente después de la última parte de la sección 121 en la carta de José del 20 de marzo de 1839 desde la cárcel de Liberty[1]. Varias de las declaraciones que contiene se refieren a sus experiencias personales. Los versículos 6–7, por ejemplo, evocan los terribles acontecimientos ocurridos en Far West, Misuri, el otoño anterior, cuando José fue sustraído de su familia, sentenciado a ejecución, acusado más tarde de traición y confinado en el “foso”: la celda subterránea en Liberty, Misuri.

La revelación agrava el sufrimiento de José con pesadas declaraciones condicionales: si… que van creciendo hasta alcanzar un crescendo insoportable, como si fueran piedras que se apilan sobre su cuerpo o latigazos en su espalda desnuda. El Señor hace todo eso para resaltar dos puntos profundos, comunicados en lo que debe haber sido, especialmente yuxtapuesto con lo que prosiguió, una voz tranquilizadora de un Padre amoroso: “[E]ntiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien”.

La revelación le dio el segundo punto a José al plantear la pregunta significativa del versículo 8: “El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él? El “por tanto, ¿qué?” prosigue cuando se alienta a José a resistir y no temer y se le promete el sacerdocio para siempre y la vida hasta que termine su obra en la tierra.

José quería que Emma fuera la primera en leer su larga carta, y le suplicó en una carta al día siguiente que la copiara de inmediato y la distribuyera a los líderes de la Iglesia y a sus padres. Aunque la carta de la que se derivan las secciones 121–23 mostraba los límites de la educación de José, él la consideraba el recipiente de algunas de las revelaciones más profundas que recibió y algunos de los mejores consejos que jamás dio. Las partes que se convirtieron en las secciones 121 y 122 y que reorientaron y motivaron a José, han tenido un efecto similar en muchos otros y continúan siendo una fuente principal de la determinación de los Santos de los Últimos Días hasta el día de hoy de mantener la fe frente a la adversidad.

En un espacio oscuro y confinado del que no pudo escapar, José preguntó “¿hasta cuándo?” con un implícito “¿por qué?” Desde su posición superior eterna e infinita, el Señor respondió “un breve momento” porque “todas estas cosas te servirán de experiencia” (DyC 121:7; 122:7). Estas palabras “convirtieron la cruda experiencia de Misuri en una teología del sufrimiento” que tenía sentido desde la perspectiva de Dios. La cárcel de Liberty, en efecto, le sirvió a José como un microcosmos de vida en un mundo telestial, una esfera de búsqueda de poder, aspiración, materialismo y dominio injusto. Allí, en ese infierno, José era impotente. ¿O no?

B. H. Roberts denominó a la cárcel

más un templo que una prisión, mientras el Profeta estuvo allí. Era un sitio de meditación y oración. Un templo, ante todo, es un sitio de oración; y la oración es comunicarse con Dios. Es lo “infinito en el hombre en busca de lo infinito en Dios”. Donde llegan a encontrarse, allí es un santo santuario, un templo. José Smith buscó a Dios en esta burda prisión y lo encontró[2].

Como resultado, las secciones 121-122 invistieron a José de poder. Mientras se establecieran los límites de sus enemigos, José siempre tendría el sacerdocio (DyC 122:9). Sus opresores, aquellos que usaron su supuesto poder e influencia para herir, tomar, abusar, insultar, tergiversar y obligar, serían maldecidos, perderían su posteridad y serían separados del templo y, por lo tanto, de la confianza en la presencia de Dios. Fueron ellos quienes no pudieron “evitar que el Todopoderoso derram[ara] conocimiento desde el cielo sobre la cabeza de los Santos de los Últimos Días” (DyC 121:33). Los poderosos de la tierra serían, en un breve momento, impotentes mientras que José y los fieles reinarían con benignidad, mansedumbre y por amor sincero por los siglos de los siglos (vv. 41–46).

Estas explicaciones divinas ayudaron a José a ver como si lo hiciera con los ojos de Dios, que las cosas no eran como parecían. La sección 122 dio sentido al sufrimiento. La humanidad estaba en la tierra para ganar “experiencia”. “La palabra ‘experiencia’ sugería que la vida era un pasaje. Se estaba poniendo a prueba la perdurable personalidad humana. La experiencia instruía. La vida no era solo un lugar para deshacerse de los pecados, sino un lugar para profundizar en la comprensión descendiendo por debajo de todos ellos”. En resumen, las secciones 121–22 le enseñaron a José que “las tribulaciones de Misuri eran un campo de entrenamiento” para la divinidad[3]. Resultó que el infierno podía servir como templo, un lugar para ser investido con el corazón y la mente de Dios antes de asumir Su “dominio eterno” (DyC 121:46).

José llegó a entender esto debido a su “experiencia” en Liberty. Escribió desde ese espacio horrible pero sagrado: “Me parece que, después de esto, mi corazón será siempre más blando de lo que ha sido antes”. Reconoció que “[l]as pruebas nos darán solo el conocimiento necesario para comprender los pensamientos de los antiguos”, como Abraham, quien tipificó el sufrimiento injusto sin igual del Salvador. José escribió: “Por mi parte, creo que nunca habría podido sentirme como me siento si no hubiera sufrido las afrentas que he tenido que soportar”[4].

Una certeza renovada fue el resultado de estas revelaciones. Al día siguiente de haberlas dictado, José aún no sabía cuánto tiempo estaría en la cárcel, pero le escribió a Emma que, dado que él sabía “con certeza de las cosas eternas. No importa[ba] si el cielo demora[ba] su intervención”[5]. Después de que finalmente escapó de Misuri unas semanas más tarde, José parecía el alma más decidida de la tierra. Sabía lo que tenía que hacer y nada podía detenerlo. Sus días no solo eran conocidos, sino que estaban contados, y con ellos siguió un curso para guiar a los apóstoles y darles las llaves del sacerdocio que había recibido de los ángeles ministradores, construir un templo y comenzar a ofrecer las ordenanzas de exaltación a los fieles.

Como resultado de estas revelaciones, José emergió de su oscuridad, inquebrantable, fuerte y con los ojos fijos en la eternidad. Mientras viera el mundo a través de la sección 122, podría seguir adelante, afrontando cualquier experiencia, pasara lo que pasara.

[1]Letter to the Church and Edward Partridge, 20 March 1839”, The Joseph Smith Papers, consultado el 5 de diciembre de 2020.

[2] B. H. Roberts, A Comprehensive History of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints (Salt Lake City: Deseret News Press, 1930), 1:526.

[3] Richard Lyman Bushman, Joseph Smith: Rough Stone Rolling (New York: Knopf, 2005), pág. 380.

[4]Letter to Presendia Huntington Buell, 15 March 1839”, pág. [1], The Joseph Smith Papers, consultado el 5 de diciembre de 2020.

[5] Joseph Smith to Emma Smith, March 21, 1839, Liberty, Missouri, en Dean C. Jessee, editor, Personal Writings of Joseph Smith, págs. 408–409.

Contexto adicional, por Casey Paul Griffiths

Del minuto de Doctrina y Convenios

Doctrina y Convenios 122 contiene extractos de una carta escrita en dos partes por José Smith, Hyrum Smith, Caleb Baldwin, Alexander McRae y Lyman Wight desde la cárcel de Liberty (véase el contexto histórico de Doctrina y Convenios 121). El texto que se encuentra en Doctrina y Convenios 122 se localiza en las páginas 3 y 4 de la segunda parte de la carta e inmediatamente continúa sin interrupción a la parte de la carta que se extrajo como Doctrina y Convenios 121:34–36.

La parte reveladora de la carta que ahora aparece en Doctrina y Convenios 122 puede haber surgido como respuesta parcial a la pronta liberación de Sidney Rigdon, a quien se le permitió salir de la cárcel a principios de febrero de 1839. La estancia en la cárcel de Liberty tuvo un gran impacto físico en Sidney, quien era mucho mayor que los demás prisioneros. Cuando Sidney fue llevado a juicio, habló elocuentemente sobre los sufrimientos que habían soportado los hombres de la cárcel de Liberty. Alexander Doniphan, que se desempeñaba como uno de sus abogados, dijo más tarde: “Nunca he tenido la fortuna de escuchar un arranque de elocuencia tan grande, al final no había ni un ojo seco en la sala, todos estaban conmovidos hasta las lágrimas”[1]. Debido a su deteriorada salud, a Sidney se le permitió ser liberado antes de tiempo. Durante sus períodos de melancolía en la cárcel, se le escuchó murmurar: “Los sufrimientos de Jesucristo fueron nada comparados con [los míos]”[2].

Las palabras del Salvador en esta parte de la carta pueden haber surgido en respuesta a la desesperación que sentían José y sus compañeros mientras continuaban languideciendo en la cárcel después de que Sidney fuera liberado. El Salvador les asegura que “[e]l Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello” (DyC 122:8) y que sus sufrimientos “serán para [su] bien” (DyC 122:7).

Véase “Historical Introduction”, Letter to the Church and Edward Partridge, 20 March 1839, JSP.

Véase “Historical Introduction”, Letter to the Church and Edward Partridge, circa 22 March 1839, JSP.

[1] Richard Van Wagoner, Sidney Rigdon: A Portrait of Religious Excess, 1994, pág. 254.

[2] Van Waggoner, Sidney Rigdon, pág. 254; JS History, vol. C-1, pág. 886, JSP.

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