Durante su juventud, Frederick tuvo un accidente que fue casi fatal, el cual ocurrió cuando él y sus amigos intentaron cruzar el lago Erie mientras este se encontraba congelado. El hielo se rompió, lo cual los dejó flotando a la deriva sobre un bloque de hielo hasta que al día siguiente fueron rescatados por un capitán de embarcación. Frederick nunca recuperó completamente su salud. Quizás fueron sus problemas de salud lo que lo llevaron a estudiar el método médico Thompsoniano, el cual se basa en hierbas. Frederick trabajó como médico hasta que ocurrió su llamado a los colores en la guerra de 1812. Tras las batallas en la frontera norte, Frederick se convirtió en piloto de barco, y atravesaba las vías marítimas, desde Buffalo hasta Detroit.
Para el año de 1816, Frederick ya se había convertido en residente de la ciudad de Warrensville, Ohio. Cuando los misioneros llamados a los lamanitas llegaron a Ohio, Frederick se encontraba practicando la medicina de nuevo, y se desempeñaba como encargado de la justicia y de la paz en la ciudad. Antes de sumergirse en las aguas bautismales en octubre de 1830, Frederick comparó cautelosamente las enseñanzas del Libro de Mormón con la Santa Biblia. Después de su bautismo, Frederick acompañó a los misioneros en la continuación de su viaje hacia la frontera occidental.
En marzo de 1832, Frederick fue llamado para ser el consejero de la Primera Presidencia de la Iglesia. El profeta José Smith escribió:
El hermano Frederick G. Williams es uno de esos hombres en quienes pongo la mayor confianza y fe, debido a que siempre lo he encontrado lleno de amor y bondad fraternal. No es un hombre de muchas palabras, pero siempre se encuentra ganando, debido a su mente incesante. Siempre tendrá lugar en mi corazón. Que Dios le conceda superar todo mal. Bendito sea el hermano Frederick, para que nunca sienta la necesidad de un amigo; y para que la generación que venga después de él florezca[1].
Cuando el 27 de marzo de 1836 se consagró el Templo de Kirtland, Frederick testificó que un ángel se sentó entre él y Joseph Smith padre y “permaneció allí durante la oración”. Además, testificó que “el Salvador, vistiendo su túnica sin costuras, subió al estrado y aceptó la dedicación de la casa, la cual lo vio, y dio una descripción de su ropa y de todas las cosas que le pertenecían”[2].
La fe de Frederick vaciló después de la dedicación del templo. El 29 de mayo de 1837, el sumo consejo de Kirtland discutió los agravios en contra de Frederick y concluyeron que: “[Su] conducta durante algún tiempo en el pasado había sido perjudicial para la Iglesia de Dios. . . . Deberíamos realizar una investigación de [su] comportamiento, se cree que es indigno de [su] alto llamamiento”. Durante tres meses, el nombre de Frederick no se mencionó en los escritos del profeta José Smith. En la conferencia del 3 de septiembre de 1837, Frederick no fue sostenido como consejero de la Primera Presidencia. Los registros históricos son inconclusos sobre si perdió su membresía en la Iglesia. La respuesta se puede encontrar en los escritos del 5 de agosto de 1838 del profeta José: “Frederick G. Williams había sido rebautizado recientemente”.[3]
Frederick se unió a los Santos de Misuri y de Illinois. El 6 de abril de 1840 habló a una congregación de santos en Nauvoo y expresó su deseo de ser perdonado por los errores que había cometido en el pasado. Durante los siguientes dos años, fue un visitante frecuente en la casa de José Smith. Una noche, José le dijo: “Hermano Frederick, no me gusta verle partir. Vaya a su casa a morir”. Él respondió: “Ya soy un hombre muerto”.[4] A los 54 años, Frederick murió de una hemorragia pulmonar en octubre de 1842, en Quincy, Illinois.
[1] Nancy Clement Williams, After 100 Years! Meet Frederick Granger Williams (Independence, MO: Zion’s Printing and Publishing Company, 1951), p. 77.
[2]George A. Smith, “Historical Discourse”, Journal of Discourses volumen 26. (Liverpool: Latter Day Saints’ Book Depot, 1867), 11:10.
[3]Smith, History of the Church, 3:55.
[4]Williams, After 100 Years! Meet Frederick Granger Williams, pág. 126-127.
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