Encuentre comentarios útiles sobre los versículos que aparecen a continuación para comprender mejor el mensaje de esta revelación.
1-4
Casey Paul Griffiths (académico SUD)
En una época llena de desánimo, el Señor se toma un momento para compartir Su propio testimonio de la importancia de la misión del profeta José Smith. Si bien la Iglesia de Jesucristo es la Iglesia de Cristo, José Smith fue el Profeta elegido para iniciar la última dispensación. Aunque José tenía defectos e imperfecciones, tenemos la obligación de testificar, como lo hizo el Señor, de la misión divina del profeta José Smith. El Señor declara que amparará a José (DyC 122:4), y así deben hacerlo los Santos de los Últimos Días.
El presidente David O. McKay dijo: “Desde que era niño me ha sido muy fácil creer en la realidad de las visiones del profeta José Smith”[1]. El testimonio del presidente McKay sobre José Smith se construyó sobre la base del testimonio del Profeta compartido por su padre: Thomas McKay. Cuando era un joven misionero en Escocia, Thomas McKay experimentó una severa oposición cada vez que compartía su testimonio de José Smith. “Un día llegó a la conclusión de que la mejor forma de ganarse a esa gente era predicarle s[o]lo los principios sencillos, por ejemplo, la expiación del Señor Jesucristo y los primeros principios del Evangelio, sin dar testimonio de la Restauración”, dijo después el presidente McKay[2].
A medida que pasaban las semanas, Thomas siguió desanimándose cada vez más. Finalmente llegó a un punto en el que determinó que si no podía deshacerse de sus sentimientos de tristeza, sería mejor que regresara a casa. Buscando la guía de Dios, fue a una caverna cerca de la orilla del mar para suplicar a Dios que apartara de él los sentimientos de depresión con los que estaba luchando. Suplicó: “Oh, Padre, ¿qué puedo hacer para despojarme de este sentimiento? Debo librarme de él o no podré continuar en esta obra”. El presidente McKay dijo que su padre “oyó una voz, tan clara como el tono que est[aba] usando en [ese] momento, que le dijo: ‘Testifica que José Smith es un Profeta de Dios’. Recordando en ese momento lo que tácitamente había decidido hacía aproximadamente seis semanas, y sintiéndose sumamente abrumado por ello, se dio cuenta de cuál era el problema: él estaba ahí para una misión especial, y no le había prestado a esa misión especial la atención que merecía. En lo profundo de su corazón clamó: ‘Señor, ¡ahora comprendo!’, y salió de la caverna”[3].
El presidente McKay agregó: “Siendo niño escuché ese testimonio de la persona a quien veneraba y honraba como a ningún otro hombre en el mundo, y esa seguridad se grabó en mi joven alma”[4]. Así como Thomas McKay aprendió, el Señor enfatiza la importancia de que los Santos de los Últimos Días compartan su testimonio de la misión divina del profeta José Smith.
[1] David O. McKay, Gospel Ideals, 1953, pág. 524.
[2]Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: David O. McKay, 2003, págs. 99-101.
Los eventos descritos en Doctrina y Convenios 122:5–7 son todos sucesos literales que le ocurrieron a José Smith. Nada aquí es hipotético. José fue traicionado por hermanos falsos (DyC 122:5) como George Hinkle, quien lo entregó a la milicia de Misuri. José también fue acusado falsamente (DyC 122:6) por muchos exmiembros de la Iglesia que declararon bajo juramento contra el Profeta. Fue separado de la sociedad de su familia, incluido su hijo mayor, quien suplicó por la vida de José (DyC 122:6). El Profeta fue arrojado a un foso (DyC 122:7) y soportó condiciones terribles mientras estuvo detenido en Independence, Richmond y Liberty, Misuri.
Lyman Wight, que estaba en la cárcel de Liberty junto a José, fue testigo de la desgarradora separación de los prisioneros y sus familias en Far West:
Aproximadamente a la hora en que iban a ser fusilados los prisioneros en la plaza pública de Far West, fueron exhibidos en una carreta en la ciudad, todos ellos tenían familias allí, excepto yo; y habría roto el corazón de cualquier persona que poseyera una porción ordinaria de humanidad, al ver la separación. Al anciano padre y madre de José Smith no se les permitió ver su rostro, salvo meter las manos entre las cortinas de la carreta, y así despedirse de él. Al pasar por su propia casa, lo sacaron de la carreta y le permitieron entrar en la casa, pero no sin una fuerte guardia, y no se le permitió hablar con su familia sino en presencia de su guardia[,] y su hijo mayor, Joseph, de unos seis u ocho años, colgado de su abrigo, gritando “Padre, ¿el populacho te va a matar?” El guardia le dijo: “Maldito mocoso, vuelve, no verás más a tu padre”. Luego, los prisioneros partieron hacia el condado de Jackson, acompañados por los generales Lucas y Wilson, y alrededor de trescientos soldados como guardia[1].
A pesar de lo terribles que fueron estas pruebas, en el versículo 7 el Señor repite Su lección anterior (DyC 121): las pruebas pueden ser una experiencia santificadora y purificadora para quienes las sobrellevan bien. El presidente Henry B. Eyring enseñó: “Ustedes podrán preguntarse razonablemente por qué un amoroso y todopoderoso Dios permite que nuestra prueba terrenal sea tan difícil. Esto se debe a que Él sabe que debemos crecer en pureza y estatura espirituales para poder tener la capacidad de vivir en Su presencia, en familias, para siempre. Para hacerlo posible, el Padre Celestial nos dio un Salvador y el poder de escoger por nosotros mismos, por la fe, que guardaríamos Sus mandamientos y nos arrepentiríamos, para así venir a Él”[2].
Todas las personas se encuentran eventualmente con un trato injusto y poco amable. El élder Dale G. Renlund brinda consejos sobre cómo debemos responder cuando nos enfrentamos a esta “injusticia exasperante”. Él enseñó: “No permitan que la injusticia los endurezca o que corroa su fe en Dios. En vez de ello, pidan ayuda a Dios. Aumenten su aprecio por el Salvador y la confianza en Él. En lugar de amargarse, permítanle que los ayude a ser mejores. Permítanle que los ayude a perseverar, a dejar que sus aflicciones sean ‘consumidas en el gozo de Cristo’. Únase a Él en Su misión de ‘sanar a los quebrantados de corazón’, esfuércense por mitigar la injusticia y sean quienes atrapan las piedras”[3].
[1] Citado en JS History, vol. D-1, pág. 1636, JSP.
[2] Henry B. Eyring, “Ser probados, probarnos y ser pulidos”, Conferencia General de octubre de 2020.
[3] Dale G. Renlund, “Las injusticias exasperantes”, Conferencia General de abril de 2021.
(El minuto de Doctrina y Convenios)
8-9
Casey Paul Griffiths (académico SUD)
En los versículos 8–9, el Salvador ejerce un poder que obtuvo a través de la experiencia. Su empatía por nuestras propias pruebas proviene del sufrimiento que experimentó durante Su sacrificio expiatorio. El profeta Alma testificó: “Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo. Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus debilidades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos” (Alma 7:11–12).
Solo Jesucristo conoce la profundidad del sufrimiento que todo ser humano ha padecido o experimentará. Él conoce todos los dolores espirituales, emocionales, mentales o físicos que una persona soportará, y sabe cómo proporcionará consuelo y alivio en medio de nuestros sufrimientos.
Lo más probable es que la declaración del Señor al Profeta de que “sus días son conocidos” fuera un consuelo. La misión del Profeta era difícil y estaba llena de sufrimiento, pero el Salvador le estaba ofreciendo la seguridad de que la misión de José aún no había llegado a su fin. El Profeta sabía que sus días estaban contados, pero también tenía fe en que el Señor le permitiría completar su misión. En un discurso pronunciado un año antes de su martirio, José Smith enseñó: “Sé lo que digo; comprendo mi misión y mis asuntos[.] Dios Todopoderoso es mi escudo; y ¿qué puede hacer el hombre si Dios es mi amigo? No seré sacrificado hasta que llegue el momento [,] entonces seré ofrecido libremente”[1].
[1] Discourse, 22 de enero de 1843, según lo informado por Wilford Woodruff, p. 9, JSP.
(El minuto de Doctrina y Convenios)
Casey Paul Griffiths (académico SUD)
(El minuto de Doctrina y Convenios)
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Comentario sobre DyC 122
/ Doctrina y Convenios 122 / Comentario
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Casey Paul Griffiths (académico SUD)
En una época llena de desánimo, el Señor se toma un momento para compartir Su propio testimonio de la importancia de la misión del profeta José Smith. Si bien la Iglesia de Jesucristo es la Iglesia de Cristo, José Smith fue el Profeta elegido para iniciar la última dispensación. Aunque José tenía defectos e imperfecciones, tenemos la obligación de testificar, como lo hizo el Señor, de la misión divina del profeta José Smith. El Señor declara que amparará a José (DyC 122:4), y así deben hacerlo los Santos de los Últimos Días.
El presidente David O. McKay dijo: “Desde que era niño me ha sido muy fácil creer en la realidad de las visiones del profeta José Smith”[1]. El testimonio del presidente McKay sobre José Smith se construyó sobre la base del testimonio del Profeta compartido por su padre: Thomas McKay. Cuando era un joven misionero en Escocia, Thomas McKay experimentó una severa oposición cada vez que compartía su testimonio de José Smith. “Un día llegó a la conclusión de que la mejor forma de ganarse a esa gente era predicarle s[o]lo los principios sencillos, por ejemplo, la expiación del Señor Jesucristo y los primeros principios del Evangelio, sin dar testimonio de la Restauración”, dijo después el presidente McKay[2].
A medida que pasaban las semanas, Thomas siguió desanimándose cada vez más. Finalmente llegó a un punto en el que determinó que si no podía deshacerse de sus sentimientos de tristeza, sería mejor que regresara a casa. Buscando la guía de Dios, fue a una caverna cerca de la orilla del mar para suplicar a Dios que apartara de él los sentimientos de depresión con los que estaba luchando. Suplicó: “Oh, Padre, ¿qué puedo hacer para despojarme de este sentimiento? Debo librarme de él o no podré continuar en esta obra”. El presidente McKay dijo que su padre “oyó una voz, tan clara como el tono que est[aba] usando en [ese] momento, que le dijo: ‘Testifica que José Smith es un Profeta de Dios’. Recordando en ese momento lo que tácitamente había decidido hacía aproximadamente seis semanas, y sintiéndose sumamente abrumado por ello, se dio cuenta de cuál era el problema: él estaba ahí para una misión especial, y no le había prestado a esa misión especial la atención que merecía. En lo profundo de su corazón clamó: ‘Señor, ¡ahora comprendo!’, y salió de la caverna”[3].
El presidente McKay agregó: “Siendo niño escuché ese testimonio de la persona a quien veneraba y honraba como a ningún otro hombre en el mundo, y esa seguridad se grabó en mi joven alma”[4]. Así como Thomas McKay aprendió, el Señor enfatiza la importancia de que los Santos de los Últimos Días compartan su testimonio de la misión divina del profeta José Smith.
[1] David O. McKay, Gospel Ideals, 1953, pág. 524.
[2] Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: David O. McKay, 2003, págs. 99-101.
[3] Enseñanzas: David O. McKay, pág. 101.
[4] Enseñanzas: David O. McKay, pág. 101.
(El minuto de Doctrina y Convenios)
Casey Paul Griffiths (académico SUD)
Los eventos descritos en Doctrina y Convenios 122:5–7 son todos sucesos literales que le ocurrieron a José Smith. Nada aquí es hipotético. José fue traicionado por hermanos falsos (DyC 122:5) como George Hinkle, quien lo entregó a la milicia de Misuri. José también fue acusado falsamente (DyC 122:6) por muchos exmiembros de la Iglesia que declararon bajo juramento contra el Profeta. Fue separado de la sociedad de su familia, incluido su hijo mayor, quien suplicó por la vida de José (DyC 122:6). El Profeta fue arrojado a un foso (DyC 122:7) y soportó condiciones terribles mientras estuvo detenido en Independence, Richmond y Liberty, Misuri.
Lyman Wight, que estaba en la cárcel de Liberty junto a José, fue testigo de la desgarradora separación de los prisioneros y sus familias en Far West:
A pesar de lo terribles que fueron estas pruebas, en el versículo 7 el Señor repite Su lección anterior (DyC 121): las pruebas pueden ser una experiencia santificadora y purificadora para quienes las sobrellevan bien. El presidente Henry B. Eyring enseñó: “Ustedes podrán preguntarse razonablemente por qué un amoroso y todopoderoso Dios permite que nuestra prueba terrenal sea tan difícil. Esto se debe a que Él sabe que debemos crecer en pureza y estatura espirituales para poder tener la capacidad de vivir en Su presencia, en familias, para siempre. Para hacerlo posible, el Padre Celestial nos dio un Salvador y el poder de escoger por nosotros mismos, por la fe, que guardaríamos Sus mandamientos y nos arrepentiríamos, para así venir a Él”[2].
Todas las personas se encuentran eventualmente con un trato injusto y poco amable. El élder Dale G. Renlund brinda consejos sobre cómo debemos responder cuando nos enfrentamos a esta “injusticia exasperante”. Él enseñó: “No permitan que la injusticia los endurezca o que corroa su fe en Dios. En vez de ello, pidan ayuda a Dios. Aumenten su aprecio por el Salvador y la confianza en Él. En lugar de amargarse, permítanle que los ayude a ser mejores. Permítanle que los ayude a perseverar, a dejar que sus aflicciones sean ‘consumidas en el gozo de Cristo’. Únase a Él en Su misión de ‘sanar a los quebrantados de corazón’, esfuércense por mitigar la injusticia y sean quienes atrapan las piedras”[3].
[1] Citado en JS History, vol. D-1, pág. 1636, JSP.
[2] Henry B. Eyring, “Ser probados, probarnos y ser pulidos”, Conferencia General de octubre de 2020.
[3] Dale G. Renlund, “Las injusticias exasperantes”, Conferencia General de abril de 2021.
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En los versículos 8–9, el Salvador ejerce un poder que obtuvo a través de la experiencia. Su empatía por nuestras propias pruebas proviene del sufrimiento que experimentó durante Su sacrificio expiatorio. El profeta Alma testificó: “Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo. Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus debilidades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos” (Alma 7:11–12).
Solo Jesucristo conoce la profundidad del sufrimiento que todo ser humano ha padecido o experimentará. Él conoce todos los dolores espirituales, emocionales, mentales o físicos que una persona soportará, y sabe cómo proporcionará consuelo y alivio en medio de nuestros sufrimientos.
Lo más probable es que la declaración del Señor al Profeta de que “sus días son conocidos” fuera un consuelo. La misión del Profeta era difícil y estaba llena de sufrimiento, pero el Salvador le estaba ofreciendo la seguridad de que la misión de José aún no había llegado a su fin. El Profeta sabía que sus días estaban contados, pero también tenía fe en que el Señor le permitiría completar su misión. En un discurso pronunciado un año antes de su martirio, José Smith enseñó: “Sé lo que digo; comprendo mi misión y mis asuntos[.] Dios Todopoderoso es mi escudo; y ¿qué puede hacer el hombre si Dios es mi amigo? No seré sacrificado hasta que llegue el momento [,] entonces seré ofrecido libremente”[1].
[1] Discourse, 22 de enero de 1843, según lo informado por Wilford Woodruff, p. 9, JSP.
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