Casey Paul Griffiths (académico SUD)

Entre los cargos dados a los élderes de la Iglesia está el deber de visitar y administrar ayuda a “los pobres y los necesitados”, una categoría lo suficientemente amplia como para incluir a todos los miembros de la Iglesia y sus vecinos. En la Iglesia de nuestro tiempo, el cargo de ministrar lo comparten tanto los élderes como las hermanas.

La hermana Jean B. Bingham, presidenta general de la Sociedad de Socorro, habló del encargo del Señor de visitar y ministrar a los necesitados. “Después de todo, la verdadera ministración se realiza uno por uno, siendo el amor la fuerza motivadora. ¡El valor, el mérito y la maravilla de la verdadera ministración es que realmente cambia vidas! Cuando nuestros corazones sean receptivos y estén dispuestos a amar e incluir, alentar y consolar, el poder de nuestra ministración será irresistible. Con el amor como la fuerza motivadora, ocurrirán milagros y encontraremos maneras de llevar a nuestros hermanos y hermanas “ausentes” al abrazo incluyente del evangelio de Jesucristo”[1].

En la misma conferencia, el élder Jeffrey R. Holland describió el propósito de visitar a los necesitados: “pesar de lo que todos sintamos que son nuestras limitaciones e incompetencias (y todos tenemos desafíos), no obstante, trabajemos hombro a hombro con el Señor de la viña13, dando al Dios y Padre de todos nosotros una mano de ayuda con Su asombrosa tarea de contestar oraciones, dar consuelo, secar lágrimas y fortalecer las rodillas débiles. Si lo hacemos, seremos más como los verdaderos discípulos de Cristo que debemos ser”[2]. Independientemente de si el programa se llama maestros orientadores o visitantes, ministración o cualquier otro título, el principio de visitar y ayudar a los necesitados siempre será fundamental para la obra de la Iglesia del Señor.

(El minuto de Doctrina y Convenios)